jueves, 18 de diciembre de 2008

Una Navidad para recordar



Mis recuerdos de niña referente a la Navidad, se remontan hasta mis primeros años de vida.
Pongamos que corría el año 57; El frío de Diciembre en mi pueblo era de esos fríos que te llegan hasta los huesos. Cuando mi madre me levantaba por las mañanas para ir a la escuela, siempre tenía las manos congeladas y, me tiritaba todo el cuerpo; Salia de la cama y corría descalza hasta la mesa camilla para arroparme bien con las faldillas y recibir el calorcito del brasero de picón que mi madre, ya tenia echado desde muy temprano. Allí temblando como una hoja, esperaba mi tazón de leche calentita migada con galletas, o con pan. Cuando más agusto me estaba sintiendo, llegaba mi madre con la palangana llena de agua para lavarme. Cara, orejas, cuello, manos y brazos y todo lo demás, (menuda es la Felisa). La verdad es que después de lavarme empezaba a entrar en calor.
Los primeros días de Diciembre, una vez que pasaba el día de la "Inmaculada Concepción de María" Un Día ese muy importante y muy festejado en mi querido pueblo, (en otra ocasión hablare de el)
Bueno, pues después nos empezaban, en la escuela y en casa a preparar para la Navidad. Mi maestra, Dª Isabel Alcántara, siempre lloraba cuando nos hablaba de la Navidad; De la Virgen María, a la que un Ángel se le apareció y le dijo que estaba esperando un hijo, al que pondría por nombre Jesús, También nos hablaba de San José que llegada la hora de nacer el niño, nadie les daba posada, y en una burrita llevaba a la Virgen de un lugar a otro, esperando que alguien les diera cobijo y, nada, al final San José encontró un establo donde un buey y una mula mantenían el lugar con algo de calorcito y allí nació el Niño Jesús, al que amorosamente su madre arropo con su túnica y sobre un pesebre lleno de paja lo acostó.
Unos pastores que, por allí cerca, cuidaban de sus rebaños, se acercaron al establo para ver al niño que acababa de nacer. Luego desde Oriente y guiados por una estrella, llegaron tres Reyes Magos, con sus lujosas capas, y se postraron ante el Niño para adorarlo y le dieron muchos regalos, sobre todo oro, incienso y, mirra.
Dª Isabel siempre lloraba cuando nos contaba todo lo importante de la Navidad y metía en nuestros corazones casas tan grandes como el Amor, ahora comprendo su emoción.
Antes de la Navidad, todos los días al salir de la escuela, me reunía con mis amigas para ensayar los villancicos. Mientras tanto mi abuela Juana me iba haciendo los madroños para las castañuelas, los hacia con lanas de muchos colores. Mi madre me compraba en casa de "Paquito Moran" cintas de seda, de todos los colores, para adornar las tamboretillas y la zambomba.
La víspera de la Navidad mis amigas y yo salíamos a pedir el aguinaldo, pero solo por mi calle y a las vecinas, porque a mi madre no le gustaba que fuera pidiendo por el pueblo y, sobre todo que no me alejara mucho.
A las vecinas les teníamos que cantar algún villancico para que nos dieran el aguinaldo, yo siempre me escondía porque me dava mucha vergüenza.
Lo que menos me gustaba de las Navidades de mis primeros años, era cuando mi madre tenia que matar el pollo para la cena. Bueno lo pasaba fatal, ella misma el día antes iba al taller de mi padre y elegía el pollo más hermoso, le ataba las patas y lo dejaba en el corral de nuestra casa. Al día siguiente cuando la veía entrar en el corral, con el mandil puesto y el cuchillo más grande que había en la cocina, yo, corría a esconderme. Pero no me servía de nada porque al rato ya me estaba llamando para que la ayudara a sujetar el pobre pollo, bueno mi madre era una gran matadora de pollos, y no dudaba ni un segundo en lo que tenía que hacer... Sujetaba al animalito con las piernas y le retorcía el pescuezo sin pestañear siquiera, luego con el cuchillino, le abría el gaznate porque era bueno (según decía mi madre) que la sangre saliera, y ahí entraba yo en escena, le tenia que arrimar un recipiente al pescuezo del pollo para recoger la sangre y que no se manchara el suelo. Luego metía al pobre pollo en agua hirviendo para despues ir quitando las plumas una por una, desde luego era todo un ritual al que nunca me acostumbre y siempre protestaba por tener que presenciarlo.
Bueno eso se lo hacen ver a una niña o a un niño de ahora y se traumatiza para toda la vida, o no...
Poco a poco el ambiente Navideño se iba notando en el ambiente; en la Iglesia que permanecia todo el día abierta ya se escuchaban los cánticos para la Misa del Gallo, (no del que había matado mi madre para la cena) Las vecinas de mis padres, Juana, Dionisia, la señora Ana, María y alguna más, entraban y salían de mi casa para hablar de la cena y de los preparativos, si estaba mi padre, siempre les ofrecía un vinito dulce y no paraban de reirse y de dar ideas para la gran noche.
Que bonito es haber crecido en ese ambiente de alegría y cordialidad.
El mismo día de Nochebuena, mi padre se presentaba con una gran caja de cartón llena de barras de turrón y mazapán, figuritas, almendras y mi madre enseguida empezaba a llenar algunas bandejas con tan ricos manjares, después le íbamos a llevar a mi abuela Juana algunos dulces.
En mi pueblo solo había un comercio que tuviera escaparate; y antes de Navidad lo llenaban de dulces de todas clases, lo adornaban con grandes bolas doradas y mucha luz, después cuando pasaba la Nochebuena, lo llenaban de juguetes y los niños y niñas que vivíamos por allí cerca nos tirábamos horas y horas con nuestras caritas pegadas a los cristales, soñando en los regalos que nos traerían los Reyes Magos.
Ese es un recuerdo que guardo como un tesoro en mi corazón, la enorme ilusión por los regalos que los Reyes Magos nos dejaban cada año. Esa noche era mágica, y aun para mi lo sigue siendo, cuando veo la cabalgata siempre lloro de emoción, no lo puedo ni lo quiero remediar.
Al acostarnos esa noche mágica, era muy difícil poder dormirse, sin embargo había que hacerlo a toda prisa. Que emoción tan grande escuchar las pisadas de los camellos de los Reyes en la calle empedrada al pasar por mi ventana, arroparme hasta las orejas porque no se podía mirar, ni levantarse a esas horas, para, después de madrugada escuchar a mi padre... !Venga niños, levantaros! !Que ya han pasado los Reyes Magos!
Mis hermanos y yo corríamos al comedor y buscábamos nuestros regalos, muñecas, lápices de colores, una cartera nueva, para los niños cochecitos, camiones, espadas y pistolas con sus cartucheras. Bueno una gozada. Me estoy dando cuenta que me he saltado la Nochevieja, y mirando en mis recuerdos pues, veo que, no hay nada de esa noche, bueno, como me estoy quedando... No recuerdo nada especial de ninguna Nochevieja de cuando yo era una niña...
Bueno pues menos mal que no me acuerdo, porque sin darme cuenta he escrito un relato corto, un cuento de Navidad para niños y mayores que aun creen en la magia de estos días. Espero que alguien tenga la suficiente paciencia para leerlo todo.
Isabel Agúndez Jacobo