miércoles, 9 de septiembre de 2009

LOS PEQUEÑOS MILAGROS DE LA VIDA




Solo si estamos atentos de lo que pasa a nuestro alrededor, nos podemos dar cuenta de que, a nuestro alrededor ocurren cosas fantásticas, pequeños milagros, regalos que nos vienen directamente de Dios.
A mi me ha ocurrido algo que me ha impactado, algo que me ha llegado al alma y os lo quiero contar...
Yo nací, hace ya 58 años, en un pueblo blanco y tranquilo, allí crecí y pasé mi niñez. Cuando yo tenía 7 años, unas casas más arriba de donde yo vivía, nació una niña, le pusieron de nombre María. Su madre la trajo al mundo y al poco tiempo la dejo al cuidado de su abuela y desapareció.
La abuela de María era una mujer ya algo mayor y con pocos recursos económicos, pero cuido del bebé, con sumo cariño y dedicación, cuidando de ella lo mejor que sabía y podía.
Una noche, (pasados un año o dos) unas fiebres muy altas hicieron temer por la vida de la niña. Mis recuerdos de aquella noche y de los días que siguieron, han estado guardados muy dentro de mi corazón durante todos estos años, son recuerdos difusos en los detalles, pero las imagenes y la tristeza que sentí no los he podido olvidar...
Recuerdo a mi madre, a mi abuela, y a otras vecinas entrar en la casa para ver en que podían ser útiles, recuerdo el zaguán de la casa con gente mayor entrando y saliendo, al médico dando instrucciones, al practicante, con su maletín, entrando en la habitación donde estaba la niña.
Tengo un vago recuerdo de ver a la madre de María llegar en un coche y entrar desolada para ver a su hijita.
El resultado de esas fiebres tan altas, fue una parálisis infantil, y María dejo de mover una de sus piernas.
Y así creció este Ángel, con una de sus alas rota. Yo me quedaba horas mirándola, como se superaba cada día, recuerdo su sonrisa tímida, cuando la saludaba al pasar por su puerta, o cuando ella pasaba por la mía, sus enormes ojos negros, María nunca fue mi amiga de juegos, ya que yo, era mucho mayor que ella, pero siempre la quise muchísimo.
Por esa época, mi padre tenía la costumbre de entrar en la Iglesia y de sentarse un ratito delante del Sagrario para rezar. Y yo que siempre estaba por allí jugando, pues entraba con el, mi padre me enseño a rezar y yo siempre rezaba en silencio por María. Mi querido abuelo me llevaba desde muy pequeña a visitar a la Virgen Milagrosa, que estaba a la entrada de la Iglesia, con el siempre rezaba por mis abuelos que nunca conocí y por mis padres y mis hermanos cuando estaban malos.
Pero un día le dije; Abuelo, hoy quiero rezar por María y así lo hicimos los dos muchas veces.
Mi vida, cuando cumplí 13 años, cambio por completo, junto con mis padres y mis hermanos salí de mi pueblo para vivir en la Capital. Atrás quedaron muchas cosas, sobre todo mi niñez, y miles de recuerdos, también quedo atrás la pequeña María, de la que nunca más supe nada.
Ahora al cabo de 45 años he vuelto a verla, he podido abrazarla, escucharla, he llorado y he reído con las cosas que me ha contado.
La pequeña María se quedo muy atrás, en mis sueños de niña, en mis oraciones, en mis recuerdos que han permanecido intactos en mi corazón y ahora han salido como un manantial de agua pura.
Ahora he tenido la suerte de encontrarme con un pedazo de ser humano, fuerte y segura, que ha formado una gran familia, con una mujer alegre y con mucho amor para dar, con una belleza por dentro y por fuera que me ha cautivado.
Ahora he rezado de nuevo, pero para darle gracias a Dios por su vida.
Isabel Agúndez Jacobo

3 comentarios:

IAgundez dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

hola mami es otra prueba

mina dijo...

Isa, ya estaba hechando de menos tus relatos.Un beso