domingo, 16 de diciembre de 2007

Segunda parte:

Estaba llorando y a punto de ponerse a gritar, pero, en un momento le invadió una gran ternura; sí, sintió ternura por aquel hombre que tenía delante, y que hasta ese momento casi no había mirado. sintió al mirarle a los ojos que lo conocía. Sí, sí, pensó, lo conocía y mucho. María se dio cuenta de que sólo escuchando a ese hombre se podía enterar de una vez de todo lo que le estaba pasando y siguió hablando con él.
- Por favor, me gustaría, si puede y aunque lo encuentre un poco raro que me contestara a algunas preguntas: ¿Quién es usted? ¿Por qué me acosté anoche en mi cama y hoy estoy en esta habitación que no es la mía? Yo no le conozco a usted y, sin embargo, usted parece que a mi sí me conoce. ¿Dónde están mis niños? El buen hombre, armándose de paciencia y sin saber si reírse o ponerse a llorar por las cosas que estaba escuchando, empezó a hablarle y, mirándola a los ojos le dijo:
- Bueno, vamos a jugar, si quieres, a las preguntas y respuestas. ¿Te tengo que decir toda la verdad. o te puedo echar alguna mentirijillas?... Vale, vale, no te enfades ya voy, ya voy. contestando a tu primera pregunta, te diré que soy tu marido, me llamo Antonio, tu misma hace un rato me has llamado cuando estaba durmiendo plácidamente, ¿no te acuerdas mujer? Ésta que dices que no es tu habitación, ni ésta tu cama, que yo sepa no tienes otra y, aunque nunca te ha entusiasmado vivir aquí, tampoco nunca te has quejado, y nos ha ido muy bien.
Yo te conozco a ti, de eso, de ser tu marido y si sigues diciendo que tú no me conoces a mí, no sé qué pensar, o que me estás gastando una broma, o que, estas enferma y te pasa algo en la cabeza. En este ultimo caso, tendré que llamar a la enfermera o visitar al médico esta misma mañana. ¿Qué me falta por contestar? !Ah! Si, lo de los niños: bueno, pues tengo que decirte que nuestros hijos dejaron de ser niños hace algunos años, y siempre que hablamos de ellos los llamamos por sus nombres y sólo decimos los niños cuando hablamos de nuestros nietos.
María que escuchaba con atención todo lo que Antonio le estaba diciendo, empezó a notar una sensación muy rara en el estómago; sabía que algo terrible le estaba pasando, todo lo que decía aquel hombre no tenía sentido para ella; no podía estar hablando de su vida, No podía ser; nada de lo que el anciano decía era cierto. María notó que las lágrimas aparecían en sus ojos y rodaban por sus mejillas en silencio...
El hombre que tenía delante seguía hablando y hablando de sus hijos, y contándole cosas de sus nietos; todo era u7na locura, algo que no podía comprender. De pronto dejo de escuchar al anciano, y, de un salto, se puso de pie. Se disponía a salir de la habitación y, al darse cuenta de que estaba en camisón, miró buscando algo que ponerse encima. A los pies de la cama encontró una bata azul; se la puso y, sin decir una palabra, abrió la puerta de la alcoba.
Necesitaba respirar aire puro, notaba que algo la estaba asfixiando. Empezó a andar deprisa por el largo pasillo. Quería correr, pero sus piernas no la obedecían, siguió andando todo lo rápido que podía. En su huida, no se fijaba en nadie ni en nada; además, sus ojos estaban llenos de lágrimas y ni siquiera tenía un pañuelo para limpiarse la cara.
Al final del largo pasillo había una puerta; la abrió y llegó hasta unas escaleras que bajó todo lo deprisa que pudo; llegó hasta un jardín, y la luz del sol le dio de lleno en la cara.
En el jardín había unos bancos de madera y se sentó en uno de ellos. Poco a poco empezó a tranquilizarse; fue entonces cuando, alzando su mirada, descubrió el paisaje y todo lo que la rodeaba. El jardín era muy hermoso y estaba muy bien cuidado. Había en él muchas flores, sobre todo rosas, de todos los colores y tamaños y su perfume llegaba hasta donde ella estaba sentada. En el centro había una fuente de piedra con un angelote en lo alto: de sus manos brotaba una cascada de agua cristalina. Miró hacia arriba: el edificio era de dos plantas, con grandes ventanales, y en cada uno de ellos unos enormes maceteros con geranios rojos y blancos. María también poco a poco se fue dando cuenta de la gente que la rodeaba: otras personas que como ella, estaban en el jardín. De pronto le dio un vuelco el corazón, pues se dio cuenta que todas las personas que estaba mirando eran ancianos y todos parecían conocerla, pues al pasar por su lado, la saludaban amigablemente. De nuevo, le entro la inquietud y la intranquilidad que había tenido momentos antes. Se levantó del banco en el que estaba sentada y subió otra vez las escaleras, Aunque no sabía muy bien adonde quería ir. En el instante en que abrió la puerta , la puerta, su figura se reflejo en el cristal y profirió un grito de dolor. Retrocedió, y, poniendo su mano en el estómago, se dobló como si realmente algo le doliera. Después intento incorporarse y se situó de nuevo delante del cristal. Esta vez no gritó; ahora sí reconocía el rostro que tenía delante, un rostro lleno de arrugas, su propio rostro, !el rostro de una anciana!..
FIN
"No dejemos para mañana lo que podemos hacer hoy"

2 comentarios:

Cris dijo...

gracias por terminar la historia, estaba impaciente por leerla, me quedé con muchas ganas de leer el final la otra vez.
me ha gustado mucho y esta llena de grandes consejos.

gracias por estas cosas.

mina dijo...

pobre Maria ,así se sentiran las personas mayores que no saben donde están ni conocen a nadie.
Es verdad que vivimos la vida tan deprisa que no nos damos cuenta que esto no tiene marcha atras, que lo que dejemos de hacer,ya no volverá. Vivamos el momento y cada minuto con intensidad . Un beso para todos.Ahhhhhhhhhh se me olvidaba: te quiero hermana